Me incitó el blog "El bosque de los signos" http://elbosquedelossignos.blogspot.com/
a abrir al azar "La fugitiva", de Marcel Proust.
A los dos minutos, ¿qué digo?, a los dos segundos, a los tres renglones, me había sumergido en una atmósfera íntima, profunda, ahondada.
Sin esfuerzo, me atornillé a mi misma.
Muy Yin.
Yo, que vengo tan Yang, con el sol, el calor y las cerezas.
Proust me sofrena y eleva,
como un invierno porteño, el real, además del de Piatzola.
Proust es como nadar.
Y me fui de verdad a la piscina cubierta.
Y me pasó lo mismo.
Lo que me pasa siempre. Pero hoy me di cuenta.
El primer largo seguía en lo externo, en el ruido.
Sin contacto real con el agua.
Pero a mitad del segundo largo, el milagro, como con Proust: discurro, fluyo.
Soy agua.
Miro el fondo. Me entrego.
El agua es poderosa. La verdadera fuerza persuasiva.
La que no embiste, y busca la salida rodeando los obstáculos. O gastándolos.
Según el Tao la fuerza está en el agua, no como muchos creen en el fuego. Éste necesita de otra cosa para arder. El agua tiene el poder en sí misma.
El que saca pecho esconde su debilidad y acaso su miedo.
Si de alguien hay que cuidarse es del apocado y tímido, ese sí que es fuerte.
Con Proust me remanso.
Y con el agua.
Con los reflejos azules en el fondo, danzarines.
A veces subo de los blog cargada de tesoros del fondo del mar. De mi mar.