marzo 09, 2007

Me quemo

A mis amigos tan cercanos que me visitan en este blog, a todos vosotros, todos.


Jasmina, sorprendida por un súbito entender, deposita con suavidad el tambor en el suelo y permanece en cuclillas, atenta al desarrollo de los enlaces que se producen en la pantalla de su mente. La tarde cae con un despliegue de rojos. Y un silencio redondo protege sus descubrimientos.
La repetición de los nombres de Dios, rítmicamente, vuelve desde el infinito. Y hace su aliento sereno y profundo.
Le sobreviene a esa Jasmina tan esquiva que habita en lo más profundo de su corazón.
Experimenta un nuevo contacto con el Despertar. Diamantes del Camino.




La Yasmina tóxica se debilita en un enjambre enredado de palabras vacías. Hasta desaparecer. La Yasmina del temor a la vida no está a la vista. Ni se la siente rascar el ánimo desde las sombras.
Y aparece, domina todo, el otro lado de sí misma. El lado infinitamente mayúsculo, el más grande, y la transforma. En luz.
No hay dualidad. No hay nada que comprender. El equilibrio se expresa en vibraciones, con sonido.

Sigue un impulso al ponerse de pie e introducirse con su tambor y su cuerpo dentro de la música que la encarama en una escalera de luz, mientras danza en éxtasis su giro derviche.
Sus ojos dejan ver los relumbres de la embriaguez.
Es la proximidad incontestable del Enamorado.


El insecto quema parte de sus cáscaras en la luz. Pero aún sigue vivo.



Ve la estrella en una especie de sueño que vive sin dormirse. Primero su luz ardiente. Su impaciencia. Luego su búsqueda. Su confusión. Y soledad. Al fin, su reencuentro total consigo misma.
Ve que sus diamantes aparecen casi todos juntos en el Camino. Ella, durante cuarenta días y sus noches, deberá buscar su ritmo más interno a través del giro derviche, del dhirk y del tambor.