mayo 27, 2010

Anahuacali (Recuerdos de México)


Registro aquí mis recuerdos, para no perderlos.

ANAHUACALLI, LA CASA DE LOS DIOSES


Visitamos Anahuacalli una mañana de sol abracadabrante. Es el museo diseñado por Diego Rivera en el barrio de Coyoacán, en el DF, para exponer su colección prehispánica, una de las más grandes del mundo, con más de 59 mil piezas.

Es un edificio con forma de pirámide. Oscuro, sobrecogedor, realizado con la opaca y porosa piedra volcánica de la zona.

Para entrar tienes que atravesar las fauces de la serpiente emplumada, Quetzalcoatl- y dejarte conducir por una especie de vientre mítico siempre en penumbras.

A los dioses les disgusta la luz directa y Rivera, este comunista revolucionario que supo andar con pistolones, no deseaba espantarlos.

Ya en el interior te enredan los niveles simbólicos que se van desplegando como en un sueño, de acuerdo con las interpretaciones de la realidad de las culturas prehispánicas mesoamericanas.

Y entonces recorres el inframundo, el mundo y el supramundo.
Y has de bajar y subir a ellos, físicamente hablando.

A las salas vas entrando a través de unos arcos impresionantes, según el caso, de influencia maya o azteca.

La penumbra se mantiene sin sombras debido a un sistema de celosías también en piedra volcánica y desarrollado por los aztecas.

Imposible no sentir que estás en un paisaje onírico.

Las paredes y los suelos son oscurísimos, de un gris casi negro.

En la planta baja caminas flotando en una luz ambarina, debido a que las celosías están cubiertas por planchas de ónice finamente cortado, amarillo con vetas marrones, dorados ambos colores.

Cuando llegas a las plantas más altas, te sientes como en la cúspide de una gran montaña, o de un volcán.

El simbolismo sofisticado que encierran las piezas expuestas se retuerce y complica aún más con el que muestran los murales que cubren los techos, realizados con piedras de colores. Serpientes, dioses, galaxias…

El término Anahuacalli ampara diversas lecturas: en su lengua nahuatl significa Casa que está junto al agua, y también, por su forma de “teocalli”, Casa de la Energía.
Y también (en algún lado lo he leído) significa Casa de los Dioses.

Cuando te plantas ante él, te topas con la increíble capacidad creadora de Rivera, ahora en su faceta de arquitecto, ya que lo diseñó él, aunque se haya terminado de construir seis años después de su muerte.

No quería que sus piezas acabaran encerradas en cajas de cristal y expuestas con luz fluorescente y con un sentido museístico, sino crear un ambiente que mantuviese vivo su significado y significante original con un soporte alegórico, hermético, supranormal.

Hay cuatro salas principales que evocan los elementos que reverenciaban: el agua, el viento, el fuego y el aire. Y en ellas se van desplegando representaciones de los olmecas, aztecas y teotihuacanos. También de las culturas de occidente, totonaca, mixteca, zapoteca y huasteca.

Tu primera inmersión –siguiendo a una guía de largas uñas pintadas con estrellitas, soles y lunas- es en el inframundo, adonde descendió Quetzalcoatl, para recoger el maíz y hacerlo germinar con su sangre. Al igual que Isis de Egipto, se sacrificó para resucitar y generar otra vez el ciclo de vida.

En pinturas, murales, cerámicas, hay garras de animal cuya función es, entre otras posibles, advertirte que estás en el territorio de los muertos. Y serpientes que te informan que también estás en un mundo de los dioses.

(Las serpientes son los únicos animales que aparecen en el inframundo, porque reúnen los dos elementos: Tierra y Agua.)

Y luego, te encuentras -en mi caso, me emocionó- ante la expresividad mansa de la cultura Olmeca, la madre de todas las demás.

Allí ves cuerpos con dos cabezas que no representan, como aparentan, la dualidad, sino la inclusión de ambos polos, la síntesis.

Y se representa la ceniza como recuerdo vivo del cambio constante.

Y las flechas, símbolos del quinto sol y del cuarto movimiento. O dos flechas entrelazadas: la vía láctea.
Y piezas teñidas de rojo sangre de los huastecas, color con el que evocaban el calor de la trascendencia.

En la esquina del agua, está representando Tlaloc, su dios, que pedía bebés con dos remolinos en el pelo de la cabeza, para ser ahogados.

En la esquina de la tierra están los dioses del maíz tierno.

Todos aquellos que aparecen con un tocado alto son dioses. Pero si además tienen un sitio para la ofrenda del jade, ya no son representaciones, son el dios mismo.

En la esquina del Viento, del dios Ehectl, hay dos Quetzalcoatl. Siempre emplumadas, siempre preciosas.

Ante una representación tolteca la guía del museo dice: “Se sabe que ya se petateó (se murió), porque lo indican la boca y los brazos abiertos.”

En la esquina del fuego hay diversas representaciones de su dios, Huehueteqtl, un anciano decrépito y desdentado.

Tiene relación con los 52 años: edad en la que ya se puede dar consejos y tomar pulque y cacao. Cada 52 años, en las pirámides se realizaba un friso como ofrenda. Y cada 52 años se cumple uno de los ciclos fundamentales en los calendarios prehispánicos.

Cuando accedemos al nivel del mundo y a la cultura precolombina de occidente, se ven tres colores: el verde, que obtenían de un cactus que aquí se come a diario: el nopal, (raro de sabor, algo pegajoso); el rojo que obtenían de la sangre del cochinillo; y el blanco, de la sal o la cal.

La guía nos aclara: “Los de occidente veían el super yo, y sabían que uno es el creador del Universo, de todo”.

La cerámica de este pueblo es tan preciosa que se expone en todo el mundo como auténtica obra de arte. Yo creo que casi todas estas piezas lo son.

Y hablando de obras de arte, en el museo hay un enorme calco de un mural desaparecido y censurado de Diego Rivera, Pesadilla de guerra, sueño de paz. Para no extenderme, si tienes interés en esta obra, puedes ampliar en el siguiente enlace:
http://www.cultura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=1359&Itemid=116

En este museo, Rivera quería hacer una sala erótica, en donde exhibir piezas representativas como falos erectos que simbolizan al dios de la fertilidad, pero la represión eclesial y puritana de entonces lo desaconsejó.

No me voy a extender con el resto de la experiencia en Anahuacalli.
Pero tengo que mencionar a los perritos cebados de Colima. Hay varias piezas que los representan, preciosas.

Frida Khalo tuvo uno de estos perritos a su lado, vivo, de carne y hueso, durante sus épocas de mayor sufrimiento, ya que es un animal con sangre muy caliente y su cercanía ayuda a aliviar los dolores.

Además, a nivel simbólico, este perrito te ayuda a cruzar el río de los muertos. Para eso, no ha de tener lunares, porque eso significa que ya acompañó a alguien y no te podrá cruzar a ti.
Tiene que ser todo gris o negro. Hay algunos preciosos en la colección de este museo.

Creo que son los llamados perros xoloitzcuintle, propiamente mexicanos, que tuvieron gran importancia religiosa en la época prehispánica.